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La lucidez también cansa




Cada vez que sé un poco más, siento que mis ganas se van al piso. Y es lógico. Según la lógica actual del mundo, entre más aprendes, menos encajas. Tener dos idiomas y una carrera ya no significa nada si todo se resume en una carrera absurda por sobrevivir, por competir, por sobresalir en un sistema que premia la ignorancia maquillada de éxito.


Y es que, aunque suene duro, la felicidad se encuentra más fácilmente en la ignorancia. Entre más descubro, menos me interesa explicar. Todo se vuelve obvio, lógico, predecible… aburrido. Tal vez influye que hoy estoy acostada en una cama y no saltando de un paracaídas, pero aún así, he hecho cosas emocionantes, y esa sensación no se va.


Lo que me ha martirizado durante años, lo que me quitaba el sueño, para muchos es una especie de “wow”. Ver cómo otros se esfuerzan por explicar lo que para mí es ya evidente, me desgasta. Somos animales, bestias con instintos salvajes y un mínimo de razón, la justa para protegernos de nosotros mismos. Y por más que hayamos acomodado el mundo a nuestra medida, seguimos haciendo lo mismo: guerra. Desde una discusión en pareja hasta una bomba en otro país.


Todo el mundo quiere exactamente lo mismo. Pero nadie quiere hacer el trabajo. Todos esperan que otro les despierte, les motive, les mantenga dormidos. Y luego, todos dicen querer paz, sin saber habitarla. La única paz verdadera —y absoluta— es la muerte. Una ironía brutal. Le tememos a lo único que nos da lo que decimos buscar.


Voy a estudiar psicología. No para ayudar, eso ya lo hago día a día. Lo haré para poder sostener esta mente que ve demasiado, que no puede dejar de observar y entender, que se vuelve amenaza cuando habla desde su verdad. Pero si digo una frase de Freud, ya suena más aceptable. Parece que necesitas morirte para que te crean.


La felicidad sí existe, pero no como la venden. Existe en el momento en que te sientes bien contigo, incluso si estás sufriendo. Cuando entiendes el dolor y no te peleas con él. Pero claro, eso suena ridículo. Y así, aparece esa punzada de muerte: ese deseo profundo de desaparecer todo lo que no se atreve a ver.


Porque lo que somos, al final, es eso: una bestia con poder. Un ciclo repetido. Uno se despierta, crea masa, lo siguen. Otro replica. Hasta que alguien se revela y volvemos a empezar. ¿Aburrido? No. El caos es entretenido. Porque la justicia absoluta es imposible para quienes no saben habitar su propia verdad.


Todos queremos lo mismo, pero no lo queremos compartido. Si otro lo tiene, también lo quiero. Si lo tengo yo, ya no quiero que lo tengan los demás.


Religión, gobierno, países, escuelas, trabajos, grupos, sociedad. Todo es el mismo patrón: fragmentos para distraernos del verdadero enemigo: la mente.

 
 
 

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